lunes, 22 de octubre de 2007

Dios

Un hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas. De pronto, tocaron el tema de Dios.

Peluquero - Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.

Cliente - Pero, ¿por qué dice usted eso?

P - Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O... dígame, ¿Acaso si Dios existiera, habría tantos enfermos?, ¿ Habría niños abandonados?, ¿Habría personas y niños que mueren de hambre?
Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.

C - ¿Sabe una cosa? Los peluqueros no existen.

P - ¿Cómo que no existen? - pregunta el peluquero - Si aquí estoy yo y soy Peluquero y barbero.

C - ¡No! - no existen, porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.

P - Ah, los barberos si existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mi.

C - ¡Exacto! -dijo el cliente - Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria.


El tiempo en el cual vivimos es un periodo de gran tentación, en el cual existe el peligro de dar oído a sugerencias y sentimientos erróneos procedentes de espíritus seductores, de vincularnos con ángeles malos, y de presentar tales ideas como la verdad presente.
Existe el peligro de que perdamos mucho en nuestra experiencia espiritual porque pasamos por alto las palabras que Dios nos dirige. El habla a un corazón, y a otro, y ellos oyen estas palabras y luego las consideran como cosas comunes, y no impresionan la mente. Dios quiere que las palabras hallen cabida en cada corazón.

Eva tenía todo lo que podía hacerla feliz. Estaba rodeada de orden y perfección. Y desde la caída, ha existido la intemperancia en casi todas sus formas. El apetito ha dominado la razón.

La familia humana ha seguido una conducta de desobediencia, y como Eva, ha sido engañada por Satanás para descuidar las prohibiciones que Dios ha establecido, haciéndose la ilusión de que las consecuencias no serían tan terribles como se había creído. La familia humana a violado las leyes de la salud, y ha ido a los excesos en casi todo. La enfermedad ha estado aumentado firmemente. La causa ha sido seguida por el efecto.

El sufrimiento y la muerte entraron en el mundo como resultado del pecado, y debe culparse de éste a Satanás, y no a Dios. Dios sembró " buena semilla en su campo ", pero " vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo " S. Mateo 13:24, 25


La revelación del pecado en su verdadero carácter, ha demostrado que sus verdaderas consecuencias son la desgracia y la muerte. El pecado destruyó sorpresivamente el orden que Dios había establecido, y como consecuencia, vino la discordia, enfermedades y dolor. Mientras exista el pecado, los sufrimientos y la muerte serán inevitables.
Dios no considera livianamente la transgresión de su ley. " La paga del pecado es muerte " (Romanos 6:23 ).
Las consecuencias de la desobediencia prueban que la naturaleza del pecado está en enemistad con el bienestar del gobierno de Dios y el bien de sus criaturas.

¿Podemos proseguir en el camino del pecado ante la plena visión de sus consecuencias?

Pocos piensan en el sufrimiento que el pecado causó a nuestro Creador. Todo el cielo sufrió con la agonía de Cristo; pero ese sufrimiento no empezó ni terminó con su manifestación en la humanidad.
Si queremos estudiar un problema profundo, fijemos nuestra mente en la cosa más maravillosa que jamás sucedió en la tierra o en el cielo: la encarnación del Hijo de Dios. Sólo Cristo podía representar a la Deidad... Para hacerlo, nuestro Salvador revistió su divinidad con humanidad.

Empleó las facultades humanas, pues sólo adoptándolas podía comprender a la humanidad. Sólo la humanidad podía alcanzar a la humanidad. Vivió el carácter de Dios en el cuerpo humano que Dios le había preparado. Si hubiera venido Cristo en su forma divina, la humanidad no podría haber soportado el espectáculo. El contraste hubiera sido demasiado penoso, la gloria demasiada abrumadora.

La humanidad no podría haber soportado la presencia de uno de los puros y brillantes ángeles de gloria; por lo tanto, Cristo no tomó sobre si la naturaleza de los ángeles. Vino a la semejanza de los hombres

La cruz es, para nuestros sentidos entorpecidos, una revelación del dolor que, desde su comienzo, produjo el pecado en el corazón de Dios. Le causan pena toda desviación de la justicia, todo acto de crueldad, todo fracaso de la humanidad en cuanto a alcanzar su ideal.

Muchas personas viven violando las leyes de la salud, e ignoran la relación que existe entre sus hábitos de comida, bebida y trabajo, y la salud. No comprenden cuál es su verdadera condición hasta que la naturaleza protesta contra los abusos a que se la somete, provocando dolores en el organismo.

Los que obran contra las leyes naturales del ser deben sufrir la pena de la transgresión.
Pero el Salvador se apiada de nosotros, aun cuando sufrimos dolencias motivadas por nuestro propio curso de acción equivocado.

Debemos esperar en él. El poder del Señor es ilimitado. Nosotros, pobres mortales, necesitamos purificar nuestras almas, a fin de que cuando el Señor obre no sea para nuestra ruina.
Esta es la razón por la cual tan pocos enfermos sanan. Si fueran sanados, se enaltecerían en su estima propia. Debemos aprender de Jesús a ser mansos y humildes de corazón, y hallaremos descanso para nuestras almas.

Somos transgresores de la Ley de Dios. Nuestra única esperanza de salvación estaba en que Cristo tomara sobre sí la culpa de nuestros pecados, y soportara la penalidad de la transgresión en su propio cuerpo, sobre la cruz. Ofreció un sacrificio completo, y por la ofrenda de sí mismo hizo posible que vivamos en obediencia a los mandatos de Dios. .

La gracia de Dios es grande, y quienes traten de acercarse más y más a Cristo no serán vencidos. Lo ganaremos todo si nos acercarnos a Dios.

Al hacerlo, recordemos que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo; que debemos ser partícipes de la naturaleza divina.

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